6 de enero de 2007

Elegía a Zar

He copiado y pegado debajo lo que escribí ya hace unos años con manos temblorosas, plagado de errores. Lo repito aquí porque hoy lo he encontrado por casualidad en un rincón de mi ordenador y no he podido evitar emocionarme. "Solo un animal", dirían algunos. "Que infantil", dirían otros. Pero es que los seres humanos no tenemos sentido como seres individuales. Abajo el nihilismo.


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8 DE JUNIO DE 2003
Te escribo hoy, mi pobre perrito, la crónica de tu corta vida. Escribo estas palabras por que se que algún dia te llegaré a olvidar aunque hoy, con los ojos empañados en lagrimas no pueda dormir y sienta un vacío en el alma. Te escribo para recordarte siempre y que siempre sigas formando parte de mí. No se de donde vienen estas palabras pero las necesito escribir, apuntar, para poder tenerte siempre a mi lado.
Llegaste una noche como esta, en junio, y me emocioné cuando mi hermano tocó el timbre y supe que habías llegado. Tus primeros dueños te habían llamado Napo de Napoleón pero nosotros te acogimos como Zar. Estabas asustado. Te llamé y temblando te acercaste a mí. No sabía que hacer, nunca antes había tenido un perro pero te me pegaste y te apoyaste sobre mi pierna dandome tu calor por primera vez. Tras llevarte mi hermano y mi padre a tu nueva residencia en la campa dormí nervioso pensando en que si la comida que quería comprarte a la mañana siguiente en el super te gustaría.
Por la mañana, emocionado abriendo la puerta de tu caseta, no te atrevías a salir pero reconociste mi voz y te acercaste a los platitos en los que yo te ofrecía leche y galletas de perro. Te vi comer y beber, y , en aquel momento, comprendí lo que significaba tener un perro, supe que te querría siempre. Te hiciste grande y poco a poco empezaste a participar en todo lo que hacíamos en la campa. Cada vez que te abríamos la puerta de tu recinto tú nos recibías alborozado y nos lamías juguetonamente. Ambos eramos felices, cuando estábamos juntos, cuando me empujabas, cuando me quitabas el rastrillo, cuando no me dabas la pelota, cuando saltabas altísimo cuando to te colocaba un palo a dos metros con un trapo encima y lo alcanzabas e infinidad de momentos que siempre recordaré.
Pero como todo, llegó a su fin, en este jodido día de principios de junio. Yo sabia que te daban miedo las tormentas y estaba preocupado mientras los truenos se oían durante toda la tarde. Sabía que te volvías loco al estar encerrado con mal tiempo. Sufriste tanto y tuviste tanto miedo que a los tres años de vida, tu corazón se paró y dejaste un vacío dentro de mi corazón. Yo no puedo parar de llorar mientras escribo, la pena me ha hecho añicos el corazón, y espero, por Dios, que estes en el cielo y seas feliz y libre como siempre deseaste.
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La tarde del 7 de junio de 2003, Arceniega, mi pueblo, sufrió una terrible inundación. Fue la tormenta más impresionante que nadie recuerda. Tuvimos que ir a la boda de mi prima, así que dejamos al perro solo en su caseta, en una campa un poco alejada en el monte.

Cuando llegamos, no pudimos acercarnos a casa ya que había medio metro de agua en el camino. Dimos una vuelta por el monte y conseguimos acercarnos por arriba y ver el desastre. Rápidamente nos cambiamos, nos pusimos las botas de agua y nos unimos a los vecinos. Recuerda a una señora, gritando de impotencia al ver todo lo que tenía en su lonja destrozado. Las caras silenciosas que miraban una lonja inundada de agua hasta el techo. El agua había atravesado la pared de ladrillo. También recuerdo a los bomberos, que se fueron rápidamente porque en otros lugares estaban peor. Quizás lo mejor de la noche fue la colaboración a la que llegamos, el pacto de ayuda que nadie pronunció. Poco a poco, con linternas, desatascamos las alcantarillas y conseguimos que el riachuelo convertido en torrente volviera a su cauce. Era demasiado tarde para hacer nada más.

Al día siguiente una capa de barro lo cubría todo. Sería la 1 del mediodía cuando al fin salimos en busca del perro. Llegamos a la campa. Pero no salió a recibirnos. Estaba tumbado, estaba muerto. Murió de miedo, de soledad, de un ataque al corazón, encerrado en una cárcel de 21 metros cuadrados. ¿Quién nos dio derecho a abandonarle allí?

Mientras yo vagaba por la campa sin saber con un nudo en la garganta, mi padre y mi hermano lo enterraron. Quizás lo que más me chocó fue el lamento sordo de mi padre, ese llanto desconsolado mientras lo llevaban cuesta abajo en la carretilla. Que en paz descanse.

Creo que ya he dicho suficiente. ¿Para qué? Pues porque siempre está bien recordar qué es lo importante. Y porque Zar es parte de mí, porque me enseñó muchas de las cosas que ahora soy.

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