23 de mayo de 2007

Otras culturas: Mongolia - La tierra infinita

La cultura es el conjunto de todas las formas de vida y expresiones de una sociedad determinada






Ala, hoy estoy inspirado e inauguro una nueva sección. La he titulado "Otras culturas". En ella en vez de escribir acerca de países al estilo de una enciclopedia escribiré experiencias y entrevistas en otros países. Historias que nos permitan saborear un poco cómo viven allí, cómo es su día a día.

Antes de empezar quiero dejar muy claro mi opinión acerca de lo que representa una cultura y, sobretodo, qué es lo que no.

Cultura, además de la música, la cocina, el vestuario y los chistes malos es, como dice mi amiga Wikipedia, el conjunto de todas las formas de vida de una sociedad. Pero yo quiero remarcar que la cultura no está por encima de los derechos humanos: la igualdad, la educación, la vida, la tolerancia... son valores universales que no pueden ni deben ser arrollados con la excusa de "una cultura diferente".

Además, la cultura nunca puede utilizarse cómo un método de diferenciación nacionalista. Es decir, todos somos personas, todos tenemos los mismos derechos, y la cultura no puede ser nunca una barrera entre dos personas. Con esto me refiero a las actitudes retrógradas de "yo no me mezclo con moros" o "bua, ese es gay, cuidado con él". La cultura, las creencias y las costumbres individuales nunca pueden utilizarse para separarnos.

Hoy toca hablar un poquito de Mongolia, uno de esos sitios a los que iré algún día.

Espero que Zigor Aldama no se pique conmigo, pero me estoy convirtiendo en un verdadero fan de sus artículos. Este periodista suele publicar en diversos medios artículos muy interesantes acerca de Asia. Solo tiene un fallo, utiliza Msn Spaces, pero trataremos de convencerle para que abandone a Microsoft y se pase a algo más transparente!

Este es el artículo (copiado del Diario Montañés y del Diario Sur).


---------------------------------------------------------------------------------------



Nada por aquí, nada por allá. Salvo por aisladas zonas montañosas, en Mongolia sólo se puede elegir entre una alfombra verde o una marrón. Entre la estepa y el desierto. Llanuras desoladas en las que un giro de 360 grados sólo descubre kilómetros y más kilómetros de soledad. Un millón y medio de personas vive desperdigado por una superficie tres veces superior a la de toda Francia, un territorio en el que la furia del clima continental se abate sin piedad: el mercurio cae hasta los 30 grados bajo cero en invierno, congelando hasta la tierra, y salta hasta los 35 sobre cero en los cortos meses de verano. En un mismo día, la oscilación térmica puede llegar a cuarenta grados.

En este ambiente hostil, los nómadas de Mongolia sobreviven como hace siglos. Viven en las yurtas tradicionales conocidas como ‘ger’, casas circulares construidas con telas y pieles, y recorren el territorio en busca de pastos mejores para sus animales, el sustento emocional y económico de todo un pueblo que se enfrenta al duro envite de la globalización. Cada vez son más los jóvenes nómadas que buscan sobre el asfalto una vida mejor, aunque en muchas ocasiones lo que encuentran es una jungla dominada por la violencia y el alcoholismo.

La capital de Mongolia, Ulan Bator, es un catálogo de excesos en el que se vive un ambiente deprimente que nada tiene que ver con la hospitalidad y la inocencia de la que hacen gala los campesinos. «La ciudad nos convierte en seres malvados. Olvidamos a la familia, nuestro vínculo con la naturaleza y las raíces de nuestra cultura», se lamenta Anar Chack, una joven urbanita de 24 años. «Y eso es todo lo que sustenta la vida nómada», añade.





Si lo tuviera, el reloj de Tsendayush marcaría las 22.37 horas. El sol coquetea con la línea del horizonte, y el termómetro va en busca de su mínimo diario por debajo de la marca del cero. Es hora de dirigir a los animales a sus respectivos cercados. Los caballos, las cabras y las ovejas. La familia al completo se reúne para traer a los animales, desperdigados en kilómetros a la redonda. Los hombres los guían a lomos de sus caballos mientras las mujeres jóvenes los encierran. Chimdregzen, la abuela, prepara cuencos de yogur de leche de camella para cuando hayan terminado. Salvo por unos fideos vegetales, los quince miembros de la familia, que se alojan en tres ‘gers’ contiguos, tienen una dieta basada en lácteos.

Son más de las once cuando se reúnen todos en torno a la vieja estufa en la que queman excrementos secos. «Aquí no tenemos madera, así que nos las tenemos que ingeniar de alguna forma para combatir el frío», comenta Tsendayush, el padre de familia. De nuevo, la respuesta a sus problemas llega de la mano de los animales. «Nos proporcionan comida, pieles, combustible e, incluso, una forma de transporte. Nuestra vida depende completamente de ellos», comenta.



El día a día

No han pasado cinco horas desde que cerró sus ojos y Unurjargal ya está levantada. La mujer de Tsendayush se abriga y sale a ordeñar las ovejas antes de que su hijo las lleve a pastar. Poco a poco, el intenso manto de estrellas que cubría el cielo va desvaneciéndose para dejar paso a las luces anaranjadas del amanecer. No tardan en acompañar a Unurjargal a su hija Munkhsaruul, de 17 años, y al más pequeño de la familia, Nyamochir, de ocho. La primera se pone manos a la obra, ordeñando cabras, y el segundo monta a su caballo, al que está adiestrando para participar en la mayor festividad del país, el ‘Naadam’.
Tsendayush, por ser el padre de familia, disfruta de 45 minutos más de descanso antes de sorber un cuenco de yogur y de volver a llevar el ganado a los mejores pastos de la zona. Para entonces, toda la familia está realizando alguna labor, cada cual en la medida de sus posibilidades. «Aquí no hay lugar para la vagancia», sentencia Unurjargal.

A casi 50 kilómetros de distancia, y a casi 2.000 metros sobre el nivel del mar, un ‘ger’ llama la atención por los artilugios que lo rodean. Parece mentira, pero la familia de Choijames cuenta con una antena parabólica y placas solares que producen electricidad. En el interior del ‘ger’, cuyo suelo está tapizado, los niños disfrutan de la última versión de ‘King Kong’ en su flamante reproductor de DVD. Forman parte de la clase alta nómada, algo que parece una contradicción, aunque no lo es.

La clase social entre los nómadas la determina el número de animales que posee cada familia. Se estima que hay unos 30 millones de cabezas de ganado en el país, lo cual supone una media de 20 por habitante. Sin embargo, hay grandes diferencias dependiendo de la zona en la que vive cada familia. Choijames, por ejemplo, disfruta de la tranquilidad que da tener más de 300 animales bien alimentados. Los excedentes que vende en el mercado local de Tsetserleg le sirven para enviar a sus hijos al colegio en la capital, disponer de coche y moto, y adquirir los últimos éxitos de Hollywood. Sin embargo, para Byambsuren, nómada del desierto del Gobi, la supervivencia es el objetivo. Sus 50 animales, entre los que no se encuentra ningún caballo, tienen un aspecto lastimoso. La sequía provoca la desnutrición del ganado y ya han perdido dos camellos por el frío después de tener que vender su piel de forma prematura. Poco a poco, Byambsuren ha ido perdiendo la fe en su forma de vida. «Antes podíamos mover nuestra residencia cuatro veces al año; ahora sólo dos», se lamenta. «No tenemos dinero ni siquiera para la gasolina de la moto».



Trabajar por el futuro

El interior del ‘ger’ deja al descubierto las carencias. La lona está podrida y la arena se cuela por las aberturas inferiores. El presupuesto no da para recubrir el suelo del desierto sobre el que han construido la vivienda, y la electricidad es algo que jamás podrán permitirse. Aquí, los niños juegan con los animales recién nacidos. No hay juguetes.

Gracias al trabajo de UNICEF, eso sí, los pequeños acuden a un internado varios meses al año. «Tenemos que preparar a los jóvenes para una futura escolarización reglada», comenta la profesora de la guardería, situada en medio de la nada. «Traemos aquí a los hijos de los nómadas que viven en un radio de cuarenta kilómetros, y aquí conviven durante periodos de quince días». Lo único que delata la existencia de un patio es una canasta en medio del desierto. «Aquí no hay peligro de que se escape la pelota».



Byambsuren, Choijames y Tsendayush comparten una forma de vida con miles de años de Historia. Todos recuerdan al mayor ídolo mongol, Gengis Khan, conquistador de conquistadores. «Nuestro orgullo va desapareciendo rápidamente. Ya sólo lo reservamos para las festividades del ‘Naadam’ y para cuando el vodka nos hace olvidar nuestras penas», se lamenta Tsendayush.
«Nuestros hijos ven en la televisión una vida que les parece más atractiva, y sólo uno de los cinco que tenemos quiere seguir con la tradición nómada, a pesar de que contamos con todo tipo de avances en casa», reconoce Choijames. Byambsuren, a pesar de ser el más pobre de todos, defiende el nomadismo.

La sabiduría del viejo Dandijav

En sus tiempos mozos, hace dos décadas, Dandijav era considerado uno de los mejores pastores de Mongolia. Durante el festival del ‘Naadam’, la mayor celebración nacional, sus virtudes a lomos del caballo eran la envidia de muchos. En la década de 1980, Dandijav contaba con más de 300 reses que le proporcionaban una vida cómoda, dentro de las dificultades que comporta vivir en el desierto del Gobi. Sin embargo, la caída de la Unión Soviética supuso un duro golpe para él y para su familia. Se acabaron, entre muchas otras cosas, los subsidios para los nómadas y la educación gratuita. Ahora, sus cien animales presentan un estado lamentable. «Es una tragedia», reconoce Dandijav.

¿Es dura la vida de nómada?

Quizá desde la perspectiva occidental lo sea, pero nosotros no conocemos otra y no consideramos que nuestra forma de vida, en sí, sea dura. Lo que sucede es que las condiciones ambientales han cambiado radicalmente en la última década, y cada vez es más difícil encontrar pastos para los animales.

¿Les afecta el cambio climático?

Mucho. Hace cuatro años no era complicado encontrar algo de vegetación con la que alimentar al ganado, pero cada año que pasa el desierto se va haciendo más inhabitable, y no es posible tener tantos animales como teníamos. Cada vez llueve menos, y hay que desplazarse más lejos para encontrar pastos. Nuestros ingresos no nos permiten hacer recorridos tan largos, así que tenemos que apañarnos con menos animales, que es lo mismo que decir que tenemos que sobrevivir con menos recursos.

Sin embargo, la vida en la estepa no es tan difícil. ¿Por qué no viajan allí?

Somos nómadas, pero el estado no nos permite circular libremente por todo el territorio, y lo comprendo. Si todos decidimos ir a donde se encuentran los mejores pastos, pronto desaparecerán y no habrá para nadie.

Si la situación sigue empeorando, ¿qué solución ve?

Esperamos que el Gobierno decida disparar a las nubes para que llueva. El problema es que no descargan como solían hacerlo, pasan de largo sin dejar una gota, como consecuencia del cambio climático provocado, en gran medida, por la industrialización China. Lo que tememos es que, al final, este hecho puede acabar con nuestra forma de vida, porque no podremos resistir siempre.




---------------------------------------------------------------------------------------



Os dejo mis reflexiones:

- La sencilla y sostenible vida en el campo es maravillosa. Debemos de respetarla, aunque, claro que sí, hay que asegurar que los niños tienen la misma educación y oportunidades que todos.

- La televisión consigue vender una forma de vida que es todo apariencia, pero a la que le falta un sentido más amplio. Como bien dice Hernán Zin, los del Norte queremos dar una educación a los del Sur, pero tenemos tanto o más que aprender de ellos.

- El cambio climático es una realidad capaz de destrozar formas de vida milenarias.

- La Unión Soviética les proporcionaba educación gratuita y ayudas. ¿Y ahora qué, ya no hay nada?

- La ciudad, el centro de la economía, del dinero, del trabajo, se acaba convirtiendo en un infierno. Este artículo de la BBC me recuerda a lo que ocurría en mi ciudad, Barakaldo, hace 60 años.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aupi!!! Que dos temas más interesantes Igna!!!
Respecto al del Papa que te voy a decir, ya sabes de sobra que es lo que pienso; por desgracia cada vez hay más falsedad e hipocresia en este mundo y la iglesia parece no librarse de ello. Es una pena que una religion cuya etica podría ayudar a muchos pierda credibilidad porque los cargos más poderosos no seas coherentes con la doctrina que intentan extender y mantener y porque no se modernicen un poco.
Respecto a Mongolia, la verdad es que tiene pinta de ser un país relamente alucinante ( bueno, y cual no? jeje), algun dia abrá que ir. Lo de la vida nomada la verdad es que es casi de cuento hoy en día, es extraño, pero realmente creo que todos aprenderiamos mucho si tuvieramos que vivir unos meses de esa manera. Y lo del cambio climatico, nos lo estan diciendo todos los dias y no lo queremos ver, lo estamos empezando a notar nosotros mismo y nos hacemos los ciegos; con eso de decir: baa... si a mi no me va a tocar, para cuando eso pase yo ya no estaré aquí, si eso tarda miles de años,... Ilusos... Yo estoy contigo bitxo!!! Sigue escribiendo y recogiendo articulos así que estan super interesantes.
Cuddles!!!