10 de abril de 2007

La metáfora del bosque



Erase de una vez un hombre encantado que no podía dormir. Sufría y sufría, pero, por muy cansado que estuviera, era incapaz de descansar, ya que un encantamiento le había asignado la misión de secar todas las lágrimas del mundo.

Vivía en un pequeño bosque y paso a paso lo recorría buscando lágrimas que secar con su viejo pañuelo azul. Visitaba las casas más pobres del bosque y les llevaba paz, algo de comida e historias de esperanza. Entonces, durante breves momentos, dormía, hasta que un nuevo llanto le despertaba y le arrastraba al embarrado camino. Buscaba la siguiente casa y de nuevo su pañuelo azul, lavado diez mil veces en la fría corriente del río, conseguía encender un poco de paz.

Pero un buen día en sus largos andares llegó al final de ese bosque y se encontró con un mapa bellamente tallado en una roca. Era el mapa del mundo, con sus mares, sus montañas, sus ciudades y sus bosques. Y de repente una montaña de llantos se abalanzó sobre sus oídos. Eran demasiados para contarlos, y pensó que su pañuelo azul estaba demasiado viejo para acallar todos. Trató de volver a la quietud de su bosque, secar algunas lágrimas y descansar, pero no lo consiguió. Por mucho que corriera de casa en casa por el bosque, no conseguía apagar ese dolor latente que le atravesaba el corazón.

Se sintió pequeño y muy cansado. No era más que un pobre leñador. Deseó tirarse al suelo, enterrarse, emborracharse, dedicarse a talar árboles, formar una familia. Habló con sus amigos de la piedra que había visto, y ellos le confesaron que también podían oir los llantos. Pero trataron de convencerle de que no podía hacer nada, que eran demasiados, que era mejor olvidarlos, disfrutar y ya está. Le invitaron a beber, a una partida de cartas, incluso intentaron llevarlo al baile.

Erase de una vez un hombre encantado que no podía dormir. Sufría y sufría, pero, por muy cansado que estuviera, era incapaz de descansar, ya que un encantamiento le había asignado la misión de secar todas las lágrimas del mundo.

¿Y qué hizo entonces el hombre encantado?

Cerró los ojos y sintió el llanto de los niños. Estaban solos, perdidos en el mundo, sin nadie para abrazarles.

Decidió salir en busca de todos los niños que pudiera encontrar, sabiendo que aunque podía morir por el camino, aunque su vida fuese demasiado corta para dar la mano a todos, su misión era intentarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bien